Luchando por salir del saco, empezamos el día con un abundante y rico desayuno. Sabiendo lo que nos espera hoy harán falta energías. La vida en el campamento es sencilla, pero no nos falta de nada. Leche, café o infusiones, tostadas o los croissants que nos preparó Miguel, cereales y galletas. Un desayuno continental (más bien insular) en toda regla. Sin dilación, preparamos todo el material, nos colocamos las raquetas de nieve, y marchamos camino a la cuenca del lago Limnopolar. El panorama era... bueno, no había panorama. Una densa niebla nos cubría por completo el campo visual, a excepción de todo lo situado a escasos metros.
La cuenca del lago Limnopolar ha sido objeto de estudio desde el año 2001, y numerosos profesionales (liderados por Antonio Quesada) han pasado por la zona para estudiar sus diferentes aspectos. Nuestro proyecto forma parte de esto, y tenemos instalada una malla CALM y estaciones con sondeos cortos, que nos permiten monitorizar el estado térmico del permafrost y su capa activa. Además de estas experiencias, el año pasado pusimos en marcha algunas nuevas, como una red de cápsulas situadas a pocos centímetros de la superficie en los nodos pares del CALM. Instalarlos el año pasado en el terreno arcilloso de la malla fue sencillo. Pero ahora nos encontramos la práctica totalidad de la superficie cubierta de una heterogénea capa de nieve y hielo. Los banderines que dejamos para marcar estos nodos apenas eran visibles, y en algunos casos ilocalizables bajo el grueso manto de hielo. Esto era algo impensable el año anterior, cuando apenas algún nevero se acercaba a la malla.
Hilo y Miguel Ángel llegando a la malla del CALM. La niebla y la nieve lo cubren todo.
De nuevo palear nieve y picar el duro hielo. Pero en este caso además nos toca excavar el fangoso permafrost congelado, que tras picar y derretirse, forma pequeños agujeros de agua embarrada en los que parece que fuera a pescar un inuit. Aunque esta inusual capa de nieve nos salva parcialmente de las arenas movedizas, nos impone unas condiciones aún más duras de trabajo. Localizar las dichosas cápsulas no es tarea fácil cuando no conoces el sitio exacto y a veces el agujero tiene más de un metro de diámetro. El permafrost expulsa las estacas y algunos de estos nodos se encuentran ligeramente desplazados, con lo que no basta con buscar en el sitio que debería de estar...
Al retirar la nieve y el hielo queda un helado charco de agua fangosa en la que tenemos que excavar a tientas para encontrar los sensores dejados un año atrás.
Doloridos, y con los guantes empapados y las manos ateridas, hacemos un pequeño descanso para ir a la cámara fotográfica que hay situada al otro lado del lago, con el fin de recuperar las fotos que ha tomado a lo largo del año. Pasando sobre cauces congelados, y puentes de hielo, que en ocasiones colapsan a nuestro paso, y por zonas descubiertas, en la que los pies se nos hunden con raquetas incluidas; llegamos a nuestro destino. Allí recogemos las fotografías de todo un año, en las que más tarde en el campamento, comprobaremos cuando y cómo se ha cubierto de nieve el lago, nuestra malla y las inmediaciones. Algunas de las instantáneas, en las que se recoge un espléndido día despejado en mitad del invierno austral, son realmente impresionantes.
De vuelta a la malla, continuamos con el trabajo sucio. Al encontrar una de las cápsulas que creímos que serían imposibles de localizar, volvimos con esperanzas renovadas a intentarlo con las que en un principio habías descartado por el día de hoy. Finalmente, 36 de 36, ¡un nuevo éxito para el permafrost!
En algunos casos no era fácil encontrar el sitio exacto.
Llegamos algo tarde al campamento para comer, así que aguantamos con la chocolatina que comimos a mediodía y esperamos a la cena para comer algo más. Dedicamos esa tarde a planear la siguiente jornada, programando los sensores de los sondeos, el nivómetro y la temperatura del aire que tenemos planeados recoger mañana. Esperemos que la niebla levante pronto y que además de facilitarnos el trabajo, nos permita disfrutar del impresionante y paisaje de la península.
Por la noche cenamos bien y variado (aquí frío, viento y comida siempre hay de sobra) mientras charlamos sobre cómo ha ido el día, contamos anécdotas de otros años, y hablamos de los divino y lo humano (mucho más de lo humano) y siempre encontramos excusas para reír un buen rato... ¡qué buenos ratos se pasan en las sobremesas! El calor del fuego y de los seis metidos en el iglú calienta el ambiente. Finalmente, ya cansados del duro trabajo, nos enfrentamos a la última y dura tarea del día... meternos en el/los sacos de dormir realmente frío.
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